Hace pocos días se celebró el Día Internacional del Yoga, y aprovechando esta semana especial me permito realizar una pequeña reflexión y enfrentar el yoga con la Educación Física desde mi perspectiva personal. Creo que podemos aprender mucho de la práctica india milenaria y reflexionar sobre los valores que estamos transmitiendo (o no) a través de la Educación Física actualmente.
Yoga vs. Educación Física
Mucho se está hablando de la importancia de enseñar yoga en las escuelas, para que los niños se mantengan en forma y desarrollen también ciertas habilidades como el respeto, el autocontrol y la bondad hacia sí mismos y hacia los demás. Y yo no podría estar más de acuerdo.
Mi experiencia con la Educación Física ha sido siempre bastante negativa: desde que tengo uso de razón me ha encantado el deporte y hacer ejercicio, y ahora que tengo un negocio de entrenamiento y bienestar sigo dándole vueltas a por qué se empeñaron en enseñarme cosas que no quería hacer, o en forzarme a desarrollar una serie de habilidades que he descubierto que solo se adquieren con el tiempo (y con mucha paciencia).
En Educación Física me obligaban a correr más rápido, a saltar el potro (y trampolín y todos esos aparatos que me daban y me siguen dando auténtico pánico), y siempre me indignaba que muchos de mis compañeros, por ser especialmente más hábiles en ciertas cosas –como hacer el pino, o correr un poco más rápido– obtenían calificaciones más altas mientras yo, que cada vez me sentía más fuerte y más en forma, seguía raspando aprobados.
Por aquel entonces practicaba kárate, natación, aeróbic, step, yoga y cardiobox. Mientras muchos compañeros de mi edad pasaban los fines de semana en parques haciendo botellón o fumando desde adolescentes, yo siempre consagraba gran parte de mi tiempo libre al deporte y a la vida saludable. Por eso siempre me pareció injusto que la Educación Física tuviera en realidad muy poco (o nada) de educación sobre la salud. Había que ser bueno en unas determinadas habilidades, sin importar nuestras limitaciones o nuestro estado real de forma física.
El yoga, sin embargo, me ha enseñado otras grandes lecciones de progreso y superación. No se trata de aprender a hacer el pino a toda velocidad para cumplir con los requisitos de un examen, sino de tomar todo el tiempo necesario, a veces durante meses y años, hasta perder el miedo a estar del revés, confiar en tus muñecas y en tu equilibrio y finalmente aceptar que vas a hacer el pino, que lo vas a conseguir, cuando tu cuerpo y tu mente estén preparados para lograrlo.
La Educación Física que me enseñaron no me ofrecía incentivos para mejorar: nunca entendí por qué tenía que desarrollar ciertas habilidades de fútbol o de otros deportes que no tenía ningún interés en practicar por mi cuenta. El yoga me ha enseñado que no hay límites para tu capacidad de progreso, que no estoy obligada a realizar ningún ejercicio que me haga sentir incómoda y que el verdadero beneficio es el desarrollo de la salud física, mental y espiritual. No pasa nada si la condición física de tu espalda te impide hacer la cobra o el arco; no pasa nada si te da miedo estar del revés y prefieres no hacer ningún apoyo sobre la cabeza con los pies despegados del suelo. Siempre habrá posiciones alternativas para obtener los mismos beneficios para tu salud y hacerte sentir bien dentro de tus posibilidades.
Además, si quires progresar y te empeñas en lograrlo sin prisa, lo acabarás consiguiendo. Cada día de práctica te acercará un poco más a tus objetivos, y en ningún momento tendrás miedo a «pasarte» porque serás siempre plenamente consciente de tus límites y de qué puedes hacer para ir superando tus miedos. El cuidado del cuerpo debería ser, como en yoga, una carrera de fondo, en el largo plazo.
Si alguien me hubiera comentado hace años que un día acabaría haciendo acroyoga y «volando» como si nada, me habría reído a carcajadas. Con la Educación Física y el concepto del cuerpo y del desarrollo físico que tuve en esa época, habría sido imposible lograrlo… Sin embargo, gracias al yoga y a una confianza ciega en mi pareja (que es mi base de acroyoga) sé que puedo subirme sin miedo a esos pies o a esas manos y mirar hacia arriba, hacia abajo o hacia donde quiera. No me da miedo perder la referencia espacial ni quedarme del revés porque he entrenado mi cuerpo para que sea fuerte y estable y para que vuele sin miedo.
Mi reto principal ahora mismo es conseguir hacer por fin (después de muchos años de fracasos) el pino sobre las manos y sobre los antebrazos, sin necesidad de ayuda y sin tener miedo. Os aseguro que no lo conseguiría si me lo exigieran en un examen: tengo que practicar aún durante semanas o meses, a mi ritmo, en paz, para lograrlo. Y lo conseguiré.
Con todo esto no quiero decir que la Educación Física sea innecesaria o inútil: más bien creo que debemos replantear el modo de enseñarla. Admiro a los maestros que centran su esfuerzo en enseñar a los niños y adolescentes a amar su cuerpo y a cuidarlo con conciencia en vez de a hacer locuras. Ojalá hubiera más como ellos, porque yo no he tenido mucha suerte en ese aspecto. Por suerte, he sido constante y he mantenido mi pasión por el ejercicio a pesar de los obstáculos… Si hubiera sido por ciertos profesores que me he encontrado, odiaría el deporte y hoy sería la persona más sedentaria del mundo.
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