No me juzgues por mi edad…

No me juzgues por mi edad... – Laura Tejerina

Llevaba mucho tiempo queriendo escribir este post, pero a veces no es fácil encontrar las palabras adecuadas para un sentimiento que lleva años y años adquiriendo forma y madurando.

Me fascinan las personas. Llevo años estrujando al máximo cada segundo de mi vida para poder compartirla con gente maravillosa, con personas que me han aportado experiencias, ideas, sentimientos, etc. Este amor por los descubrimientos me ha permitido conocer a gente maravillosa y entablar fantásticas conversaciones sobre distintos temas, sin que importara en absoluto la edad, la religión o la nacionalidad.

Recuerdo que en los primeros años de mi adolescencia conocí a un chico y una chica bastante mayores que yo, con los que podía pasar horas hablando de literatura, música, estudios o política. En una ocasión les confesé que me daba un poco de vergüenza porque me sentía «pequeña», y ellos me contestaron: «La edad está en la cabeza». Esta frase me marcó mucho, y desde entonces prefiero la compañía de todos los que me valoran como persona sin tener en cuenta la edad.

Por desgracia, a lo largo de estos años he coincidido con muchas personas dispuestas a «juzgar sin conocer» y a atormentar a los más jóvenes porque han olvidado cómo fueron ellas mismas con esa edad. ¿Cuántos estudiantes que sufrieron en Selectividad pasan luego a pedir a los más jóvenes «que no se quejen tanto»? ¿Acaso no recuerdan lo mal que lo pasaron ellos mismos?

Dejando de lado los ejemplos concretos, escribo estas líneas porque estoy muy cansada de todas esas personas que juzgan desde una edad distinta. Mientras nos esforzamos por «no juzgar los acontecimientos históricos del pasado con la mentalidad actual», olvidamos aplicar esta máxima a lo más fundamental: el trato entre las personas.

A mi parecer, juzgar sin conocer y juzgar por la edad son detalles horribles del ser humano. La paradoja llega al punto máximo cuando los «prejuzgados» tienen que dar explicaciones sobre su comportamiento…

Otra cosa que sigo preguntándome día tras día es: «¿por qué los que juzgan y critican son, precisamente, los que menos autoridad tienen para hacerlo?» Cuando estaba estudiando 2.º de Bachillerato con la intención de tener el mayor número posible de MH, una conocida que había suspendido Selectividad en dos ocasiones me insistía una y otra vez en que «no era necesario estudiar tanto». Lo mismo me ocurre ahora, mientras estudio en la universidad: hay quienes, habiendo abandonado la carrera (o estudiando, pero sin pasar nunca del «Aprobado») intentan darme lecciones o me dicen «que no hace falta estudiar tanto». A veces me entran ganas de gritar: «¡saca algún 10 en tu vida y luego me hablas!»

¿No os parece que deberíamos pararnos un poco a pensar y a reflexionar sobre todo esto? ¿Tan difícil es escuchar a los demás, entender sus problemas desde su punto de vista (nunca juzgados desde nuestra perspectiva) y volver a apreciar la compañía de personas valiosas de distintas edades que tienen mucho que aportar a nuestra vida?

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