Bañarme con lobos marinos fue una de las experiencias más divertidas de mi vida. Me ocurrió «de rebote»: estaba de viaje en Perú para la boda de mi hermano, y dio la casualidad de que una amiga suya se había apuntado a un mini-crucero por las islas Palomino el mismo día de la ceremonia (aunque antes, lógicamente).
Yo aún estaba recuperándome de un esguince brutal del tobillo, pero decidí unirme a la aventura de los lobos marinos… Y mi prima hizo lo mismo, así que la amiga de mi hermano se alegró muchísimo de tener compañía.
Llegó el ansiado día y nosotras teníamos todo preparado: cámaras de fotos, bañadores, crema del sol, etc. Nos esperaba un fantástico viaje en el que nos mareamos un poco (había demasiadas olas), pero obtuvimos una recompensa maravillosa. Al llegar a las islas Palomino, nos tiramos al agua y estuvimos un rato nadando junto a la población de lobos marinos. Una población que parecía acostumbrada a los visitantes, porque muchos animales saltaban al mar desde las rocas para acercarse a curiosear.
Fue inolvidable. Me arrepiento mucho de no haber llevado unas gafas de bucear para ver mejor a los lobos marinos, ya que el personal del barco solo llevaba un par que iba prestando por turnos a todos los viajeros. Además, soy consciente de que mi tobillo no estaba aún en perfectas condiciones, lo que me impidió nadar con toda la comodidad que me habría gustado.
De todo esto extraigo dos conclusiones: recomiendo la experiencia a todo el mundo (en especial a los amantes de los animales) y quiero repetir el mini-viaje en mi próxima visita a las tierras peruanas.
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